Mad Men: series finale

Ahí lo tienes, Don: Coca-Cola, la chispa de la felicidad.

Ahí lo tienes, Don: Coca-Cola, la chispa de la felicidad.

He maldecido a Matthew Weiner durante casi tres cuartas partes de la series finale de Mad Men. Temía que el creador de la serie dejara a Don Draper, el niño de sus ojos, sin un final lo suficientemente digno. Que no estuviera a la altura. Que fuera demasiado abierto o, quizás, tan cerrado que llegase a agobiar. Pero no. Weiner cierra su obra por todo lo alto.

Con la influencia de The Sopranos, de la que Weiner fue guionista y productor, el final de Mad Men es abierto, pero no sería extraño que la mayoría de espectadores siguiésemos un mismo camino. Un sendero optimista, donde reine la esperanza y en el que la redención sea su principal protagonista.

Así, desde mi total subjetiva opinión confío en que Roger haya encontrado en Marie a su media naranja definitiva, esa con la que pasará sus últimos años, bañados, cómo no, en un buen champán. Joan, que nunca estuvo a gusto en el papel de mujer florero, saldrá adelante y triunfará con su productora de doble nombre. Pete, ese pequeño trepa con aires de grandeza que nos ha sacado de quicio en más de una ocasión, conseguirá su ansiado éxito en Wichita y lo hará feliz con su familia. La tensión sexual por fin resuelta entre Peggy y Stan (brillante esa escena al teléfono) acabará en matrimonio. Sally seguirá madurando a pasos agigantados y, aunque sus hermanos acaben viviendo con sus tíos, será ella la que tire del carro.

Y Don. ¿Qué pasará con Don? Yo lo tengo claro: después de esa caída al abismo y posterior redención, volverá a Nueva York, cual hijo pródigo dará explicaciones en McCann-Erickson y se sacará de la manga el anuncio para Coca-Cola con el que la serie se despide. Su legado para la posteridad. Está claro que no dejará bebida y cigarrillos, pero quiero creer que verá las cosas de otra manera. ¿Estará más presente en la vida de sus hijos? ¿Encontrará el amor verdadero? ¿Hará a Peggy su mano derecha? Si la respuesta a todas esas preguntas es «sí», todo sería demasiado bonito. No parece que vaya a ser así, pero tengo fe en que Don Draper acabe mejor que como empezó. Allá cada uno con sus conclusiones.

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Don Draper es uno de esos machos alfa que deambula entre el putoamismo y la etiqueta de antihéroe. Le hemos visto caer en decenas de ocasiones y defraudar a todos sus conocidos, pero nosotros sabemos que es un tipo que anda perdido por la vida. En siete temporadas no ha sabido cuáles eran los pilares de su vida, ha ido a lo fácil. Por eso, desde sus primeras borracheras e infidelidades, quise creer que al final llegaría su redención. Y así ha sido. Mi reconocimiento a Jon Hamm, extensible a todo el reparto de la serie, por su derroche de talento a lo largo de estas siete temporadas.

No era fácil ponerle el punto final a una serie acusada por sus detractores de ser «demasiado lenta», en la que «nunca pasaba nada». Weiner ha conseguido, en un episodio escrito y dirigido por él, dejar entreabierta la puerta de cada uno de sus personajes. Casi cerrada, pero con el espacio suficiente para que los fieles seguidores de Mad Men podamos decirles adiós y darles la despedida que cada uno crea conveniente.

Hasta siempre, amigos de la Madison Avenue. Os echaremos de menos.

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